En la ciudad de Banyoles el turismo, primordialmente de verano, comenzó a mediados del siglo XIX. Entonces, el punto de atracción era la font Pudosa, conocida por sus propiedades medicinales. Sus aguas sulfuro-carbonatadas eran recomendadas tanto para tratar las enfermedades de la piel y los huesos como los problemas de circulación sanguínea y de vías respiratorias.
Ya desde el siglo XV (1419) era una fuente conocida. Antes del siglo XVI existía un canal de la font Pudosa, pero no fue hasta el siglo XVIII cuando se reconoció el poder de curar enfermedades que tenían sus aguas. Desde aquel momento, asistieron regularmente enfermos en busca de curación. En el siglo XIX la ciudad bañolense dedicó sus esfuerzos a potenciarla. El año 1829 el Ayuntamiento hizo en él una fuente artificial y una plaza pública. En 1845 el coronel Pere Font decidió levantar una casa de baños para aprovechar sus aguas. De dos años más tarde fecha la construcción de una barraca con dos bañeras. En 1853 ya se hablaba de edificar una "Casa pública de Baños". Posteriormente, en 1856 se dio permiso a Josep M. Serra, un barcelonés dedicado al comercio, para construir una "casita de baños cerca de la fuente pudosa". Se acordó que el Ayuntamiento de Banyoles cedería el terreno y suficiente agua para dos baños y la utilizarían veinte días al año (sólo en una de las dos temporadas). A cambio, la casa sería del municipio y el vecindario la podría utilizar. Finalmente, se vio que, donde se debía levantar, no era propiedad pública y solo le permitieron conducir el agua a la casa de baños de la viuda Catalina Villa. Esta viuda, en 1858, mantenía una casa de baños con seis bañeras y, el año anterior, había atendido doscientos bañistas y se habían aplicado mil doscientos baños.
Sin embargo, el balneario que dio mejor servicio a los forasteros y logró más renombre fue el que actualmente se encuentra en estado ruinoso. Comenzó a perfilarse en 1854 cuando el arquitecto Josep Oriol i Bernadet hizo el proyecto; pero no se construyó hasta el 1862. Este nuevo edificio disponía de veintidós dos salas de baño, salas de pulverización y sala de estar. Después cambió de propietario, en 1921 se hicieron importantes reformas. En el balneario, siempre regido por un médico de prestigio, los enfermos se podían bañar (con una bañera de gres esmaltada o de mármol, según si eran de primera o segunda clase), ducharse, inhalar o recibir pulverizaciones de gases. En la plaza se vendían los "carquinyolis" y las famosas "cansalades" (bizcochos). El establecimiento llegó a tener ochocientos clientes anuales y continuó en funcionamiento hasta el 1960. En el segundo cuarto del siglo XIX, la media anual de enfermos que visitaban el balneario fue de 800 personas. En las mejores épocas acudían a tomar las aguas gente de todos los lugares; así, por ejemplo, en 1920 fueron a él ciento sesenta y tres personas, de las cuales más de la mitad procedían de Barcelona (95), una buena parte de Girona (63) y alguna de Tarragona (2), Francia (1) y Australia (1). Dado que el balneario no disponía de alojamiento, cada verano se llenaban todas las fondas de la villa y muchos vecinos propietarios de viviendas alquilaban habitaciones a los forasteros.
Los enfermos o turistas aportaban importantes recursos económicos a un pueblo con muchas necesidades. El crecimiento del turismo conllevó intentos de construir un ferrocarril: el año 1877, se intentó construir un tranvía entre Girona y la font Pudosa. Más tarde, en 1899, se quiso instalar un ramal de vía férrea desde la Pl. dels Turers-c/Gran hasta la font Pudosa.
Tras la Guerra Civil se inició otro tipo de turismo, más decantado hacia el lago y los deportes náuticos.
