Entre el siglo XVIII y el XX en la zona más plana de Banyoles y de los municipios de los alrededores (Porqueres y Cornellà del Terri), se experimentó una cierta especialización, primero en el cultivo de cáñamo (en el siglo XVIII y durante buena parte del XIX ), y luego, en sustitución de éste, del cultivo de ajos (a finales del siglo XIX y hasta la década de los cincuenta del siglo XX).
Arraigó, pues, un cultivo que iba estrechamente ligado a la economía bañolense: la producción de cáñamo para la industria textil bañolense. Conforme avanzaba el siglo XIX, la industria del cáñamo bañolense entró en crisis y terminó desapareciendo y, con ella, lo hizo la necesidad (y la demanda) de cultivar cáñamo. Pero, hacia finales de este mismo siglo, se encontró su sustituto perfecto en el cultivo de los ajos.
Todo comenzó en 1883 cuando Antoni Frigola de Mata, conocido con el mote de Batlle, de manera experimental, sembró media besana de ajos morados y consiguió venderlos a seis u ocho reales el manojo en el mercado de Figueres. De este modo, comprobó como su rendimiento económico era importante y el año siguiente decidió sembrar dos besanas. Pronto, se vio secundado por su vecino Pere Angelats, también conocido como Penya. Pocos años después, muchos campos estaban llenos de ajos.
Los primeros ajos que se plantaron eran los de tipo rojo. Son los de más fuerte olor, tienen más resistencia y aguantan más el enforcado. Después se plantaron los de cascarilla blanca, que si bien es más débil, en cambio, las cabezas son más grandes y mejor hechas, y tenían más éxito comercial. Los ajos blancos, de calidad inferior, son tempranos y se convirtieron en importantes, pero fueron los primeros en dejar de cultivarse. Los ajos se sembraban entre enero y febrero y se recogían entre julio y agosto. Se aprovechaba para cultivar junto otros productos, como el maíz o las judías. La ventaja del ajo era que tenía garantizada una producción segura y sufría pocas enfermedades y no estaba demasiado sujeta a las inclemencias del tiempo. El inconveniente era que, de vez en cuando, había que dejar reposar la tierra, ya que el subsuelo se saturaba.
Normalmente, los principales productores de ajos eran las pequeñas haciendas (de secano o regadío) y se podían aprovechar pequeñas parcelas o terrenos marginales. Una vez enforcados, se transportaban hacia Barcelona y el resto se comercializaban directamente y eran llevados en carros hacia Figueres o La Jonquera, y de allí iban los mercados franceses. Eran muy pocos los vendidos en la comarca. En la década de los cuarenta del siglo XX se colocaban en el mercado español (preferentemente hacia las industrias farmacéuticas, a las de queso o a otras de consumos alimentarios) o exportaban (a Cuba, Puerto Rico, Brasil, Inglaterra, Alemania y los países nórdicos). Entre los años veinte y treinta del siglo XX la producción comarcal superó el millón de kilos anuales. Desgraciadamente, sin embargo, en la década de los cuarenta del siglo XX, la producción y las ventas fueron bajando considerablemente y, de 1945 a 1950, no pudieron sobrepasar los doscientos mil kilogramos.
A partir de entonces, las extensiones de superficie, poco a poco, fueron disminuyendo hasta dejar de existir en más de sus tres cuartas partes. El cultivo del ajo necesitaba una gran cantidad de mano de obra para la plantación, para la recogida y para el ristraje y no se podía competir con otros lugares (había un atraso tecnológico evidente) ni con otros sectores económicos, que captaban la mano de obra con una oferta de mejores salarios y condiciones laborales (se produjo el desarrollo de la industria en el pla de Mata).
